Restos,
de una noche que comenzó con la medicina de la risa,
bajo un manto de estrellas rodeados de árboles,
entre el aire agitado y la comodidad de sus brazos,
ante mí sus labios besando los míos,
en mi cuerpo escalofríos
sin necesidad de una baja temperatura,
y encendimos las velas.
Restos
de una noche de lujuria sobre su torso desnudo,
donde el vapor de las velas se mezclaba con el de nuestros
suspiros,
donde el calor del fuego se confundía con el de nuestros
cuerpos ardientes de deseo,
donde danzábamos al son de las llamas que reflejaban la luz
de sus ojos sobre todo el cuarto,
donde me apartaba el pelo de la cara y podía apreciar mejor
su piel,
y me sonreía,
donde mi vacío interno se llenaba con sus caricias.
Restos,
de una noche infinita,
de la que aprovechar la cera sobrante,
de la que quedan aún más velas en la caja,
y muchas más aún en el supermercado,
en la fábrica…
infinitas velas.